El grupo SOCIEDAD comenzó su exposición con el apartado de historiografía, en el que se hicieron eco de la reacción que a partir del segundo tercio del siglo XX se produjo hacia la historia política tradicional. Tal fue el caso de la historia militar y de tendencia estatalista desarrollada en Alemania por autores como Ranke o el historicismo enmarcado en un contexto de inicio de la industrialización y del desarrollo de las primeras ciencias sociales (todo ello acaecido en el siglo XIX).
Frente a ello, surgió una historia social, que consideraba que los grupos sociales podían estar en el origen de los cambios históricos. Desde la fundación de la revista Annales en 1929 por autores como Lefevre, se creía que hasta ahora el tratamiento de la historia había sido bastante superficial; se trataba por tanto de dar un nuevo enfoque desde abajo.
Introduciéndonos ya en materia, la familia tipo de la Edad Moderna ha sido estudiada desde los recuentos demográficos como los libros parroquiales, en los que se encuentra mucha información sobre los matrimonios, la procedencia de los cónyuges, los hijos, etc. (aunque bien es cierto que estos primeros recuentos no tenían una función claramente estadística o demográfica). La familia era de tipo nuclear y su situación se veía claramente empeorada en tiempos de carestía o hambrunas, aunque lo cierto es que la situación del campesinado europeo fue ostensiblemente peor en la zona oriental (próxima a la servidumbre) que en la occidental (donde se alcanzaron mayores visos de libertad).
Tras la celebración del Concilio de Trento, el matrimonio comenzó a ser visto como un sacramento más, por lo que era sensible a ser regulado, mostrando una clara intransigencia hacia los matrimonios ilegales que no cumplieran con los principales postulados católicos.
Existía una clara división entre el cónyuge masculino y femenino dentro de la organización interna de la familia. El padre, por su parte, ostentaba un gran poder, puesto que controlaba todas las facetas pertenecientes a las decisiones trascendentales o a la economía. La mujer, en cambio, estaba en clara inferioridad; prudente y paciente, quedaba relegada al ámbito doméstico y a inculcarle la educación a sus hijos, tarea no menos importante, todo ello de acuerdo con la doctrina cristiana mayoritaria. Los hijos deberían heredar la autoridad paterna, mientras que las hijas harían gala de la sumisión y la obediencia al varón. Se puede decir que la educación doméstica estaría basada en una pedagogía del miedo (desde la casa a la escuela, pasando por la parroquia).
Uno de los últimos puntos tratados en este apartado es el del divorcio, que quedó en manos de la autoridad eclesiástica. El matrimonio era una institución en teoría indisoluble, aunque hubo excepciones, pero lo cierto es que el gran debate social en torno a ello se produjo en Francia en la época de la Ilustración, época que se sustrae de nuestro actual campo de estudio.
En cuanto a la movilidad, o ascenso en la escala de bienestar, podemos decir que, contra lo que pueda pensarse, la Edad Moderna es una etapa con bastante dinamismo social, debido, entre otras cuestiones, a los continuos flujos migratorios, que favorecieron el crecimiento urbano (más que la propia dinámica interna de las ciudades), principalmente iniciados desde el campo. Otro medio de ascenso social, que ya lo había sido durante la edad media, era el ejército. América, el continente descubierto, puede ser el ejemplo más paradigmático de ascenso social, puesto que se creó una élite local de soldados y descubridores encomenderos que se vieron en muchas ocasiones ennoblecidos.
En cuanto a los conflictos sociales del siglo XVI podemos destacar revueltas campesinas en 1525, donde las protestas sociales y religiosas se vieron mezcladas (Alemania, Alsacia). Lo mismo ocurrió con los campesinos noruegos en 1570, donde llegaron a crear su propia asamblea. Otro fenómeno detectado fue el del bandolerismo (aristocrático y popular), también de procedencia urbana, que gozó de enorme frecuencia debido a las penurias del campo y el descontento de clases. Por último, las ocurridas en torno a mediados del siglo XVII, cercanas a la Paz de Westfalia, tuvieron como móvil esencial los agobiantes impuestos, todo bajo un signo monárquico.
Otro aspecto a destacar son las redes comerciales, articuladas en torno a núcleos importantes como el Mediterráneo, la Europa Central, el Báltico (“nuevo Mediterráneo”, en donde se distribuyó el grano y algunos productos manufacturados) y el Atlántico (conexión con el Báltico). Las ciudades flamencas Brujas, Amberes y Ámsterdam figuraron como las abanderadas del dinamismo comercial de Europa septentrional. Existieron algunos monopolios comerciales, como la Casa de la Contratación de Sevilla, donde llegaban y salían todos los productos relacionados con las Indias, y también compañías en manos de particulares, que en numerosas ocasiones concedieron préstamos a las propias coronas.
El último aspecto reseñable lo constituyen las élites sociales, en las que encontramos políticas matrimoniales de alianza, con tendencia a la endogamia.
El siguiente grupo al que haré mención será FLANDES, que comenzó, como es costumbre, con el apartado de historiografía. Particularmente, los primeros escritos efectuados en torno a la historia de la región de Flandes datan del siglo XVI, favorecidos por la ayuda o complementariedad de otros campos como la paleografía. Se advierte una intención dentro de los autores flamencos de fomentar la leyenda negra de Felipe II y la identidad en torno al protestantismo (causa esencial de la rebelión). Algunos de estos autores fueron Pieter Bor, Emmanuel van Meteren, van Reyd, Haraeus, Hooft y Grotius, Gerard van Spaan o Wagenaar. También se vio afectada la historiografía por la nueva historia política, que supuso una redefinición de la política.
Ya en el ámbito de la religión, al llegar al trono el emperador Carlos V, quien hereda Flandes por parte de su abuela paterna María de Borgoña, se dedicó a establecer un control sobre el gobierno de la región por medio de virreyes con el título de archiduques. Se desarrolló desde estos momentos una Iglesia territorial, a la que el gobierno podía dar beneficios eclesiásticos.
La introducción del protestantismo conllevó un grave problema para el emperador y su idea de Universitas christiana. Los regentes de Carlos V se interesaron desde entonces por concentrar el poder en torno a Bruselas, y llevaron a efecto algunas medidas de prevención. En 1521, se instauró la prohibición de difusión de obras luteranas bajo pena de muerte; en 1522, se creó una inquisición gubernamental que ayudase al restablecimiento del orden religioso. Pero lo cierto es que la literatura evangélica circuló con bastante facilidad, creándose en 1540 primera lista de libros prohibidos (gracias al empeño de la facultad de Teología de Lovaina). El balance de la política carolina en Flandes es más o menos positivo, porque se contribuyó a la reducción del protestantismo, calvinismo y anabaptismo en reductos como Amberes y las provincias más meridionales.
Con Felipe II la situación se complicó de forma muy evidente. El primer nombramiento como regente de Flandes recayó en Margarita de Parma, quien se acompañó de algunos colaboradores con el objetivo último de defender el catolicismo. La crisis religiosa llegó con la restructuración de las diócesis, lo que indignó a los príncipes flamencos (como Guillermo de Orange, abanderado desde entonces de la insurgencia). La política de Felipe, ante el cambio de rumbo de la situación, fue mucho más agresiva, llevando a cabo la persecución de numerosos rebeldes (en 1567 se creó tribunal de los tumultos o de la Sangre siendo Gobernador General el Duque de Alba). El Duque de Medinaceli adoptó posturas bastante más conciliadoras, mientras que con Juan de Austria, los constantes levantamientos calvinistas desembocaron en una especie de pacto, en la que la exigencia de la libertad de culto se vio inviable. Alejandro Farnesio, Isabel Clara Eugenia y su marido el Archiduque Carlos no contribuyeron a que el balance de la segunda mitad del XVI respecto a Flandes fuese de fracaso total. Ello obligó a la firma con Felipe III de la Tregua de los Doce Años, en tanto que el desgaste era ya insostenible.
En relación, por último, a la sociedad y economía, se registra un crecimiento demográfico en la región de Flandes entre 1525-1550 y entre 1625-1650, frente a un estancamiento y retroceso de 1568 a 1590, coincidiendo con la época más inestable debido al conflicto con Castilla. La economía fue esencialmente agrícola, aunque sin desdeñar la industria especializada (especialmente en el ámbito textil). Se desarrollo un interesante modelo flamenco entre los comerciantes castellanos, que llegaron al país septentrional motivados por el comercio con la lana.
El grupo ORIENTE trató, en primer lugar, la cuestión historiográfica observando un fuerte freno al estudio de las civilizaciones orientales durante la Edad Moderna debido al acusado eurocentrismo que inundan la mayoría de las investigaciones especializadas. Es durante el XIX, en el contexto de la época del colonialismo y de la industrialización, cuando cambia la concepción que se tenía de Oriente, una región considerada hasta entonces rica y desarrollada, en el caso de China, incluso más que la propia Europa. Con el incipiente nacimiento de la globalización y de la cultura de masas, en énfasis se pone en el Viejo Mundo.
El primer país oriental del que se hizo mención fue Rusia, en la que existen distintas periodizaciones que en Europa Occidental. El primer monarca destacable fue Iván III (1462-1505), quien se sustrae del poder otomano y fomenta en fortalecimiento interno del Estado. Iván IV (1547-1584), llegó a expandirse por el Volga, conquistando los reinos tártaros, siendo su lucha contra los nobles la que le hizo granjearse el apodo de El Terrible. Tras Teodoro I y Boris Godunov, llegó el periodo denominado “de los tumultos”, caracterizado por la inestabilidad, guerras civiles, invasiones, hambrunas, etc. Destaca como hecho relevante la invasión de los cosacos polacos, quienes toman Moscú, y dieron lugar a un levantamiento popular que logra vencerles y nombra a Mijail Romanov como nuevo zar, primero de la dinastía de los Romanov, en el poder hasta 1917. De este nuevo periodo destaca el reinado de Pedro I (1682-1725), quien tras la guerra con los suecos fundó San Petersburgo, convertida en la nueva capital del reino. Creó, por lo demás, un ejército regular, y se coronó como el primer emperador de los rusos.
En cuanto al Imperio Otomano, la fecha de 1060 es importante porque aproximadamente cuando las tribus turcas cruzaron, desde Asia central, las llanuras centrales, siendo su avance hacia el oeste imparable. Hicieron de Anatolia, el centro de su poder; Osman, consiguió la independencia de los selyúcidas; Orhan protagonizó el saqueo de Tracia y del Egeo; y con Mehmed II, se observa ya que su objetivo primordial era la ciudad de Constantinopla, tomada definitivamente en 1453.
En cuanto a China, durante la dinastía Ming (1368-1644) las figuras principales de gobierno fueron el emperador y las prefecturas y existió una importante organización militar; se tendió, por otra parte, a la autarquía económica. Las luchas por el poder dieron el relevo a la dinastía Qing (1644-1912), cuyo máximo problema en política exterior se produjo a raíz del colonialismo llevado a cabo por las principales potencias europeas (como Holanda). Es ésta una época de crecimiento poblacional, combinada con otras más delicadas (las guerras del opio y los levantamientos sociales). El final de la monarquía en China llegó con revolución comunista del siglo XX.
Por último, Japón fue una potencia unificada por Oba Nobunaga, quien se superpuso a los señoríos feudales, desencadenando una sangrienta etapa en la que las técnicas militares estaban bastante desarrolladas (teniendo en cuenta que las armas de fuego habían sido importadas desde Occidente). Otro personajes japonés destacado fue Toyotomi Hideyoshi, artífice de la expansión hacia el oeste aunque sin llegar a Corea. El Bakufu Tokugawa supone el tercer y último Shogunato que ostentó el poder en todo Japón.
El último grupo en exponer fue GUERRAS DE ITALIA (1494-1559), quien mencionó en primer lugar a los cronistas de XVI a XVII que escribieron sobre las guerras de Italia. Destacan Sepúlveda o Salazar (castellanos), Zurita (aragoneses) y Sículo o Giovio (italianos), quienes tienen en común el ser conscientes del periodo de grandeza de la época que mencionaban (sus intereses estarían en uno u otro bando). En cuanto a la historiografía, el énfasis se puso en la revolución que supuso la introducción de la historia militar de manos de Parker, quien abogaba no solo por contar las batallas de forma épica, sino que trató de indagar en otro aspectos también cruciales e ignorados hasta la fecha, como la organización de los ejércitos o las técnicas de abastecimiento. Las críticas a este modelo de Parker han procedido de autores como Chilly o Black.
Los territorios españoles en Italia fueron Nápoles, Sicilia, Milán y Cerdeña, convertidos en una especie de “territorio satélite” de la Península Ibérica, en concreto de la Corona de Aragón. En estas regiones existía una afianzada y numerosa población urbana (de hecho, Sicilia era considerada en la época el granero del Mediterráneo) y una dinámica actividad comercial, solo comparable a los Países Bajos, acompañada de una importante industria textil, sobre todo en el norte. Destacaban estos territorios también por la superioridad intelectual y artística.
Pero lo cierto es que Italia fue sometida a una dependencia política por parte de otras potencias contemporáneas con el objetivo de solventar sus problemas internos, lo que provocó un cruce de intereses donde radican los conflictos.
En cuanto a la organización de los ejércitos, los sectores más potenciados fueron la artillería y la infantería por encima de la caballería, típicamente medieval. Se desarrollaron en esta región y en las contiendas que la tuvieron como protagonista mejores armas de fuego y grandes innovaciones en artillería.
Frente a ello, surgió una historia social, que consideraba que los grupos sociales podían estar en el origen de los cambios históricos. Desde la fundación de la revista Annales en 1929 por autores como Lefevre, se creía que hasta ahora el tratamiento de la historia había sido bastante superficial; se trataba por tanto de dar un nuevo enfoque desde abajo.
Introduciéndonos ya en materia, la familia tipo de la Edad Moderna ha sido estudiada desde los recuentos demográficos como los libros parroquiales, en los que se encuentra mucha información sobre los matrimonios, la procedencia de los cónyuges, los hijos, etc. (aunque bien es cierto que estos primeros recuentos no tenían una función claramente estadística o demográfica). La familia era de tipo nuclear y su situación se veía claramente empeorada en tiempos de carestía o hambrunas, aunque lo cierto es que la situación del campesinado europeo fue ostensiblemente peor en la zona oriental (próxima a la servidumbre) que en la occidental (donde se alcanzaron mayores visos de libertad).
Tras la celebración del Concilio de Trento, el matrimonio comenzó a ser visto como un sacramento más, por lo que era sensible a ser regulado, mostrando una clara intransigencia hacia los matrimonios ilegales que no cumplieran con los principales postulados católicos.
Existía una clara división entre el cónyuge masculino y femenino dentro de la organización interna de la familia. El padre, por su parte, ostentaba un gran poder, puesto que controlaba todas las facetas pertenecientes a las decisiones trascendentales o a la economía. La mujer, en cambio, estaba en clara inferioridad; prudente y paciente, quedaba relegada al ámbito doméstico y a inculcarle la educación a sus hijos, tarea no menos importante, todo ello de acuerdo con la doctrina cristiana mayoritaria. Los hijos deberían heredar la autoridad paterna, mientras que las hijas harían gala de la sumisión y la obediencia al varón. Se puede decir que la educación doméstica estaría basada en una pedagogía del miedo (desde la casa a la escuela, pasando por la parroquia).
Uno de los últimos puntos tratados en este apartado es el del divorcio, que quedó en manos de la autoridad eclesiástica. El matrimonio era una institución en teoría indisoluble, aunque hubo excepciones, pero lo cierto es que el gran debate social en torno a ello se produjo en Francia en la época de la Ilustración, época que se sustrae de nuestro actual campo de estudio.
En cuanto a la movilidad, o ascenso en la escala de bienestar, podemos decir que, contra lo que pueda pensarse, la Edad Moderna es una etapa con bastante dinamismo social, debido, entre otras cuestiones, a los continuos flujos migratorios, que favorecieron el crecimiento urbano (más que la propia dinámica interna de las ciudades), principalmente iniciados desde el campo. Otro medio de ascenso social, que ya lo había sido durante la edad media, era el ejército. América, el continente descubierto, puede ser el ejemplo más paradigmático de ascenso social, puesto que se creó una élite local de soldados y descubridores encomenderos que se vieron en muchas ocasiones ennoblecidos.
En cuanto a los conflictos sociales del siglo XVI podemos destacar revueltas campesinas en 1525, donde las protestas sociales y religiosas se vieron mezcladas (Alemania, Alsacia). Lo mismo ocurrió con los campesinos noruegos en 1570, donde llegaron a crear su propia asamblea. Otro fenómeno detectado fue el del bandolerismo (aristocrático y popular), también de procedencia urbana, que gozó de enorme frecuencia debido a las penurias del campo y el descontento de clases. Por último, las ocurridas en torno a mediados del siglo XVII, cercanas a la Paz de Westfalia, tuvieron como móvil esencial los agobiantes impuestos, todo bajo un signo monárquico.
Otro aspecto a destacar son las redes comerciales, articuladas en torno a núcleos importantes como el Mediterráneo, la Europa Central, el Báltico (“nuevo Mediterráneo”, en donde se distribuyó el grano y algunos productos manufacturados) y el Atlántico (conexión con el Báltico). Las ciudades flamencas Brujas, Amberes y Ámsterdam figuraron como las abanderadas del dinamismo comercial de Europa septentrional. Existieron algunos monopolios comerciales, como la Casa de la Contratación de Sevilla, donde llegaban y salían todos los productos relacionados con las Indias, y también compañías en manos de particulares, que en numerosas ocasiones concedieron préstamos a las propias coronas.
El último aspecto reseñable lo constituyen las élites sociales, en las que encontramos políticas matrimoniales de alianza, con tendencia a la endogamia.
El siguiente grupo al que haré mención será FLANDES, que comenzó, como es costumbre, con el apartado de historiografía. Particularmente, los primeros escritos efectuados en torno a la historia de la región de Flandes datan del siglo XVI, favorecidos por la ayuda o complementariedad de otros campos como la paleografía. Se advierte una intención dentro de los autores flamencos de fomentar la leyenda negra de Felipe II y la identidad en torno al protestantismo (causa esencial de la rebelión). Algunos de estos autores fueron Pieter Bor, Emmanuel van Meteren, van Reyd, Haraeus, Hooft y Grotius, Gerard van Spaan o Wagenaar. También se vio afectada la historiografía por la nueva historia política, que supuso una redefinición de la política.
Ya en el ámbito de la religión, al llegar al trono el emperador Carlos V, quien hereda Flandes por parte de su abuela paterna María de Borgoña, se dedicó a establecer un control sobre el gobierno de la región por medio de virreyes con el título de archiduques. Se desarrolló desde estos momentos una Iglesia territorial, a la que el gobierno podía dar beneficios eclesiásticos.
La introducción del protestantismo conllevó un grave problema para el emperador y su idea de Universitas christiana. Los regentes de Carlos V se interesaron desde entonces por concentrar el poder en torno a Bruselas, y llevaron a efecto algunas medidas de prevención. En 1521, se instauró la prohibición de difusión de obras luteranas bajo pena de muerte; en 1522, se creó una inquisición gubernamental que ayudase al restablecimiento del orden religioso. Pero lo cierto es que la literatura evangélica circuló con bastante facilidad, creándose en 1540 primera lista de libros prohibidos (gracias al empeño de la facultad de Teología de Lovaina). El balance de la política carolina en Flandes es más o menos positivo, porque se contribuyó a la reducción del protestantismo, calvinismo y anabaptismo en reductos como Amberes y las provincias más meridionales.
Con Felipe II la situación se complicó de forma muy evidente. El primer nombramiento como regente de Flandes recayó en Margarita de Parma, quien se acompañó de algunos colaboradores con el objetivo último de defender el catolicismo. La crisis religiosa llegó con la restructuración de las diócesis, lo que indignó a los príncipes flamencos (como Guillermo de Orange, abanderado desde entonces de la insurgencia). La política de Felipe, ante el cambio de rumbo de la situación, fue mucho más agresiva, llevando a cabo la persecución de numerosos rebeldes (en 1567 se creó tribunal de los tumultos o de la Sangre siendo Gobernador General el Duque de Alba). El Duque de Medinaceli adoptó posturas bastante más conciliadoras, mientras que con Juan de Austria, los constantes levantamientos calvinistas desembocaron en una especie de pacto, en la que la exigencia de la libertad de culto se vio inviable. Alejandro Farnesio, Isabel Clara Eugenia y su marido el Archiduque Carlos no contribuyeron a que el balance de la segunda mitad del XVI respecto a Flandes fuese de fracaso total. Ello obligó a la firma con Felipe III de la Tregua de los Doce Años, en tanto que el desgaste era ya insostenible.
En relación, por último, a la sociedad y economía, se registra un crecimiento demográfico en la región de Flandes entre 1525-1550 y entre 1625-1650, frente a un estancamiento y retroceso de 1568 a 1590, coincidiendo con la época más inestable debido al conflicto con Castilla. La economía fue esencialmente agrícola, aunque sin desdeñar la industria especializada (especialmente en el ámbito textil). Se desarrollo un interesante modelo flamenco entre los comerciantes castellanos, que llegaron al país septentrional motivados por el comercio con la lana.
El grupo ORIENTE trató, en primer lugar, la cuestión historiográfica observando un fuerte freno al estudio de las civilizaciones orientales durante la Edad Moderna debido al acusado eurocentrismo que inundan la mayoría de las investigaciones especializadas. Es durante el XIX, en el contexto de la época del colonialismo y de la industrialización, cuando cambia la concepción que se tenía de Oriente, una región considerada hasta entonces rica y desarrollada, en el caso de China, incluso más que la propia Europa. Con el incipiente nacimiento de la globalización y de la cultura de masas, en énfasis se pone en el Viejo Mundo.
El primer país oriental del que se hizo mención fue Rusia, en la que existen distintas periodizaciones que en Europa Occidental. El primer monarca destacable fue Iván III (1462-1505), quien se sustrae del poder otomano y fomenta en fortalecimiento interno del Estado. Iván IV (1547-1584), llegó a expandirse por el Volga, conquistando los reinos tártaros, siendo su lucha contra los nobles la que le hizo granjearse el apodo de El Terrible. Tras Teodoro I y Boris Godunov, llegó el periodo denominado “de los tumultos”, caracterizado por la inestabilidad, guerras civiles, invasiones, hambrunas, etc. Destaca como hecho relevante la invasión de los cosacos polacos, quienes toman Moscú, y dieron lugar a un levantamiento popular que logra vencerles y nombra a Mijail Romanov como nuevo zar, primero de la dinastía de los Romanov, en el poder hasta 1917. De este nuevo periodo destaca el reinado de Pedro I (1682-1725), quien tras la guerra con los suecos fundó San Petersburgo, convertida en la nueva capital del reino. Creó, por lo demás, un ejército regular, y se coronó como el primer emperador de los rusos.
En cuanto al Imperio Otomano, la fecha de 1060 es importante porque aproximadamente cuando las tribus turcas cruzaron, desde Asia central, las llanuras centrales, siendo su avance hacia el oeste imparable. Hicieron de Anatolia, el centro de su poder; Osman, consiguió la independencia de los selyúcidas; Orhan protagonizó el saqueo de Tracia y del Egeo; y con Mehmed II, se observa ya que su objetivo primordial era la ciudad de Constantinopla, tomada definitivamente en 1453.
En cuanto a China, durante la dinastía Ming (1368-1644) las figuras principales de gobierno fueron el emperador y las prefecturas y existió una importante organización militar; se tendió, por otra parte, a la autarquía económica. Las luchas por el poder dieron el relevo a la dinastía Qing (1644-1912), cuyo máximo problema en política exterior se produjo a raíz del colonialismo llevado a cabo por las principales potencias europeas (como Holanda). Es ésta una época de crecimiento poblacional, combinada con otras más delicadas (las guerras del opio y los levantamientos sociales). El final de la monarquía en China llegó con revolución comunista del siglo XX.
Por último, Japón fue una potencia unificada por Oba Nobunaga, quien se superpuso a los señoríos feudales, desencadenando una sangrienta etapa en la que las técnicas militares estaban bastante desarrolladas (teniendo en cuenta que las armas de fuego habían sido importadas desde Occidente). Otro personajes japonés destacado fue Toyotomi Hideyoshi, artífice de la expansión hacia el oeste aunque sin llegar a Corea. El Bakufu Tokugawa supone el tercer y último Shogunato que ostentó el poder en todo Japón.
El último grupo en exponer fue GUERRAS DE ITALIA (1494-1559), quien mencionó en primer lugar a los cronistas de XVI a XVII que escribieron sobre las guerras de Italia. Destacan Sepúlveda o Salazar (castellanos), Zurita (aragoneses) y Sículo o Giovio (italianos), quienes tienen en común el ser conscientes del periodo de grandeza de la época que mencionaban (sus intereses estarían en uno u otro bando). En cuanto a la historiografía, el énfasis se puso en la revolución que supuso la introducción de la historia militar de manos de Parker, quien abogaba no solo por contar las batallas de forma épica, sino que trató de indagar en otro aspectos también cruciales e ignorados hasta la fecha, como la organización de los ejércitos o las técnicas de abastecimiento. Las críticas a este modelo de Parker han procedido de autores como Chilly o Black.
Los territorios españoles en Italia fueron Nápoles, Sicilia, Milán y Cerdeña, convertidos en una especie de “territorio satélite” de la Península Ibérica, en concreto de la Corona de Aragón. En estas regiones existía una afianzada y numerosa población urbana (de hecho, Sicilia era considerada en la época el granero del Mediterráneo) y una dinámica actividad comercial, solo comparable a los Países Bajos, acompañada de una importante industria textil, sobre todo en el norte. Destacaban estos territorios también por la superioridad intelectual y artística.
Pero lo cierto es que Italia fue sometida a una dependencia política por parte de otras potencias contemporáneas con el objetivo de solventar sus problemas internos, lo que provocó un cruce de intereses donde radican los conflictos.
En cuanto a la organización de los ejércitos, los sectores más potenciados fueron la artillería y la infantería por encima de la caballería, típicamente medieval. Se desarrollaron en esta región y en las contiendas que la tuvieron como protagonista mejores armas de fuego y grandes innovaciones en artillería.
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