jueves, 24 de diciembre de 2009

Martín ha trabajado esta semana en:

La eucaristía.

El concilio define la presencia real, verdadera y sustancial de Jesucristo en este sacramento, después de la consagración; así como, establece la institución de la Eucaristía, por parte de Jesucristo, como alimento de las almas, remedio contra los pecados cotidianos, primicia de la vida eterna y de la unión de los cristianos con Cristo y de ellos entre sí. La preeminencia de este sacramento sobre los demás, está motivada por la presencia de Cristo, tanto en cuanto hombre como en cuanto a Dios. Además se reinstituye el ministerio de la transubstanciación, de la conversión de toda la substancia del pan en la del cuerpo de Cristo y de toda substancia del vino en la sangre de Cristo. El culto de latría se debe a este sacramento por cuanto que contiene al Hombre-Dios, el cual merece nuestra adoración cualquiera que sea el lugar donde se encuentre. Por último, decreta la necesidad de prepararse a la comunión mediante confesión previa de todo pecado mortal del que se tuviera conciencia, siendo este, el modo tradicional de recibir este divino sacramento, no como los pecadores, quienes lo reciben para su condenación, sino como los justos, quienes reciben todos sus frutos.

“La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna”. En la vida de la Iglesia “La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana. En ella alcanzan su cumbre la acción santificante de Dios sobre nosotros y nuestro culto a Él. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: el mismo Cristo, nuestra Pascua. Expresa y produce la comunión en la vida divina y la unidad del Pueblo de Dios. Mediante la celebración eucarística nos unimos a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna”.

En la doctrina católica, la Eucaristía no es sólo un sacramento que se ofrece a los hombres. Es también y ante todo, un sacrificio que se ofrece a Dios. Era este uno de los puntos rechazados por el protestantismo. En la vigésimo primera sesión del concilio, celebrada el 17 de septiembre de 1562, la fe católica promulgaría que mediante el sacrificio de Jesucristo en la cruz, instituyó en la víspera de su muerte, el sacrificio de su cuerpo y de su sangre, el cual había de ser el memorial y la actualidad sacramental de su sacrificio sangriento y ordenó a sus apóstoles, por aquel ministerio, a la participación de su sacerdocio “que hicieran lo mismo en memoria suya”. Constituye también un artículo de fe el hecho de que Cristo hizo a sus apóstoles verdaderos sacerdotes y ordenó, tanto a ellos como a los futuros sacerdotes, que ofrecieran el sacrificio de su cuerpo y de su sangre. Así pues, Jesucristo es al mismo tiempo el sacerdote y la víctima.

Además, el concilio confirma el uso de la lengua latina, la costumbre de recitar el canon en voz baja y la de verter un poco de agua junto con el vino en el cáliz en el que se va a consagrar.

Alba esta semana ha trabajado en:

La reforma del clero

No fueron pocos los reformadores que consideraron que la necesidad más urgente era la de transformar la calidad y obligaciones del clero. La Iglesia de 1.500 se enfrentó a los mismos problemas que la Iglesia del año 1.100, y, al igual que entonces, había un indiscutible deseo de reforma. Muchos, incluidos obispos y párrocos, se daban perfecta cuenta de que las cosas estaban lejos de funcionar correctamente en lo que al clero respecta, pero el problema residía precisamente en la capacidad de la Iglesia para poner remedio a esa situación, para encontrar hombres instruidos y de sobrada ejemplaridad, deseosos de servir en parroquias remotas y escasamente dotadas. Las críticas que entonces se hacían ponen de manifiesto que el problema fundamental no estaba ni en la corrupción ni en la inmoralidad, que no eran si no síntomas de un problema de más hondas raíces: la falta de vocación para el ejercicio del sacerdocio, la práctica ausencia de compromiso a la hora de asistir espiritual y moralmente a una comunidad.

Los miembros del clero se mostraban bastante indiferentes al respecto, pues no había auténticos pastores. Y es que, en la Edad Media, los cargos eclesiásticos se valoraban en términos materiales, como instrumentos de poder y privilegio que se utilizaban para provecho personal y que se explotaban como si de propiedades se tratase. Una carrera eclesiástica era, así, un excelente modo de servir a los intereses familiares o de adquirir poder político.

A todo lo largo de la Edad Media, por ejemplo, la figura del obispo nunca había estado tan asociada a la del funcionario, diplomático o ministro como en el siglo XV. Una época en la que, además, se dejaron de lado las ambigüedades pasadas en torno a la prosperidad clerical, y como si se tratase de algo positivo, “se celebraban las riquezas de la Iglesia y el clero” (Barón 1.937).

Para ésta resultaba difícil poder contrarrestar semejante visión de las cosas, cuando no contaba ni siquiera con la posibilidad de escoger a buena parte de sus agentes. En realidad, al clero parroquial lo elegía el titular del beneficio en cuestión, que, a menudo, era un noble o una universidad; y lo mismo sucedía fuera de Italia con los obispos y la mayor parte del alto clero, que, en el siglo XV, no eran más que instrumentos del juego político, siendo el rey, en lugar del papa, quien los escogía para, de este modo, comprar o pagar servicios, resarcir deudas y edificar o adelantar favores.

El patronato y no la espiritualidad, determinaba la promoción eclesiástica, como lo apuntaba el embajador veneciano en Francia, quien en 1.524afirmaba que “en la corte se trata de obispados y abadías como en otras partes de pimienta y canela”.

Problemas de la reforma de las viejas órdenes

En este aspecto encontramos el serio problema de que se ponen en contra unos reformadores contra reformadores; la reforma de las órdenes ya existentes fue un camino muy complejo y lleno de dificultades, pues todo tipo de intereses solían bloquear, atrasar o neutralizar las iniciativas en ese sentido. Con todo, aquellos que se oponían a la contrarreforma no opusieron apenas problemas en comparación con los propios reformadores católicos, que a menudo interferían sobre las actuaciones de unos y otros.

A partir de 1.539, Pablo III inició la reforma de las viejas órdenes por medio de comisarios pontificios; una de las primeras acometidas sería la Congregación Lateranense de Canónigos Regulares de San Agustín, un grupo que contaba con sesenta casas en Italia. Su protector, el cardenal Gonzaga, era él mismo una especie de reformador, pero, en esta ocasión, el papa designó al perseverante cardenal Contarini para dirigir las operaciones. El resultado no sería otro que la superposición de jurisdicciones, que Gonzaga se sintiese agraviado y que el proyecto prácticamente fracasase.

Matteo da Bascio se topó con un problema diferente, pues era un franciscano que, en 1.525, había abandonado su convento para seguir una vida religiosa más estricta. Tres años después, consiguió la aprobación papal para convertir a su incipiente comunidad en una orden franciscana separada (la de los capuchinos), que en torno a 1.535 contaba con 700 miembros, en su mayor parte provenientes de las filas franciscanas.

El problema radicaba en el hecho en el hecho de que los religiosos que Da Bascio había abandonado y rechazado, acusándolos de rechazar la sencillez y pobreza original del fundador, eran asimismo “observantes” (reformados).

Así, el concepto de reforma que aquél defendía no dejaba de ser un desafío a la integridad de estos, siendo interpretado como un acto de desobediencia que incitaba a la rebelión y al cisma dentro de la orden. Como se ve, los problemas surgían forzosamente cuando lo que para unos era ardor, para otros era complacencia.

Durante esta semana yo, Sara, he estado investigando sobre:

En Bohemia nos encontramos con que los antiguos utrarquistas habían empezado oponiéndose a las nuevas doctrinas protestantes. Sin embargo la confesión de Bohemia, se aproxima ya al protestantismo. A pesar de todo se dio una importante reacción católica cuando Brus de Müglitz fue nombrado arzobispo de Praga.

En Polonia el protestantismo entro por numerosos lugares, sin embargo la restauración política ya estaba en marcha con el obispo Hosius que llevo a los jesuitas donde rápidamente abrieron universidades y colegios en las principales ciudades. Sin embargo finalmente Suecia fue protestante.

Finalmente hay que mencionar que en Francia se produjo la lucha más importante para mantenerla católica. Los reyes Francisco I y Enrique II favorecieron abiertamente a los príncipes protestantes en su lucha contra el emperador Carlos V, esperando que estos conflictos lo debilitaran. Pero intentaron por todos los medios que Francia no se dividiera en católicos y protestantes.
El impacto de Trento causo tres problemas, el de la religión popular, el fin de la brujería y la esclavitud en América.

En lo referente a la religión popular el problema fue que se desarrollan una serie de creencias y supersticiones en las que confiaban tanto la élite como los demás. La Iglesia medieval fue muy tolerante con todas estas prácticas, sin embargo con la aparición de Savonarola y Erasmo, con la búsqueda de una “piedad autentica”. Esto acabo haciendo que la gente viera a los santos como personas que hacían milagros quedando inutilizada la lucha de la Iglesia para que los vieran como personas de un comportamiento moral y religioso destacable. De este movimiento surge el afán de coleccionar reliquias de los diferentes santos.

La caza de brujas surgió en el mundo rural y hay que mencionar que la Iglesia no juzgo tantos casos de brujería como se piensa, añadiendo que en sus veredictos fue mucho más compasiva que los juicios civiles.
En realidad algunos católicos llegaron a afirmar que la brujería comenzó a existir al hablar de ella.

Con el descubrimiento del nuevo mundo se planteó si las personas allí encontradas eran seres humanos en un estado primitivo o si eran seres humanos en un estado inferior que tenía su origen en el pecado de sus ancestros. Con este dilema aparece una revolución en el sistema de explotación de América pues esté residía en las minas y ello necesitaba cierto número de esclavos.

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