martes, 15 de diciembre de 2009

Temario de clase. Días 10 y 11 de diciembre de 2009

La semana pasada comenzamos el temario de clase refiriéndonos a las últimas cuestiones concernientes sobre el Estado moderno, asunto relevante y controvertido tratado insistentemente por la historiografía especializada en la Edad Moderna hasta nuestros días. Nos detendremos en esta entrada a comentar los campos de estudio que son objeto de debate dentro de la cuestión estatal.
Por un lado, un acercamiento preciso a los siglos modernos pasa por hacer un estudio de las instituciones y de la administración por cuanto su interrelación ayudó a constituir un nuevo rumbo político en la Europa de los siglos XVI y XVII. No obstante, la historiografía muestra una significación diferente dependiendo de la concepción de estado que posean los autores. Un sector estatalista (véase Ranke, Weber o Oestreich) considera que se asiste a un nacimiento de la administración moderna, que alberga una serie de instituciones y burocracia, en la que el soberano se convierte en la pieza clave que articula todo el entramado, imponiendo su autoridad frente a todos sus súbditos sin distinción. La administración, por tanto, se centralizaría a unos niveles sin precedentes y triunfa definitivamente la justicia regia, garante del poder divino (que le elige para gobernar). La consecuencia de todo ello es la separación entre un ámbito público (en el cual los individuos se centran en servir al Estado) y un ámbito privado (al margen de cualquier consideración pública. Se considera, por tanto, que absolutismo centralista consiguió imponerse a los estamentos y dominar la vida pública y privada, hechos que no constan en el Medievo, por el disciplinamiento de la sociedad (que algunos autores llevan a orígenes muy concretos, como las guerras de religión de Francia)(1).
Sin embargo, existe quien, desde un colectivo de la historiografía que rechaza la existencia de un estado moderno como tal durante este periodo (Tenenti, Chabod, Hintze), considera que la administración está regulada por una serie de redes sociales que rompen con la centralización propia de un estado absolutista. El soberano no domina todos los campos de su administración, como muestran la autonomía de actuación de muchos consejos o la patrimonialización de los cargos públicos. Esta práctica parece remontarse en algunos casos, y siempre fomentada por los propios soberanos, ya desde la Baja Edad Media, y contribuyó a la creación de una oligarquía dominante, sobre la que se apoyaría para su actuación el rey, y que vio en estos cargos una justa recompensa por sus servicios al Estado (por lo que considerarían lícito el traspaso de los mismos a la descendencia)(2).
Existiría, por ello, una burocracia débil y sometida a las clientelas, ampliamente extendidas por todos los sectores de la sociedad, y una corte que se convierte en el centro de socialización de los reinos. Todo ello no hace sino abundar en la idea de que los monarcas de la Edad Moderna no poseyeron una autoridad incontestable, puesto que se vieron obligados a negociar en muchos aspectos con otros sectores privilegiados de la sociedad, que obtenían beneficios de vasallo necesarios para la propia supervivencia de la institución monárquica.
No se podría finalizar el estudio de las instituciones del Estado moderno sin hacer una justa mención a la importancia que tuvieron los consejos. Éstos eran instituciones colegiadas formadas por algunas personas notables y cercanas al rey (nótese la lucha entre personajes con rango más o menos noble, en cualquier caso humanistas o juristas, que se desató para acceder a los beneficios que suponía la pertenencia a los consejos)(3) los cuales se encargaban de aconsejarle en diversos asuntos, aunque la última decisión siempre la tenía, obviamente, el soberano. No obstante, a pesar de ello, el monarca tenía en muchas ocasiones la necesidad de suplir sus insuficiencias, o delegar cierta capacidad de control sobre aquellos asuntos que se le escapaban, lo que se constituye en causa esencial del auge de los consejos y de los secretarios (intermediarios entre éstos y el soberano), quienes a su vez se hacían con los servicios de un nutrido cuerpo de funcionarios.
Los consejos, independientemente de su naturaleza, poseían capacidad administrativa y jurídica, que en muchas ocasiones va a constituir un fuerte problema desestabilizador en tanto que se produjeron conflictos de jurisdicción entre diversos de ellos, muchas veces motivados por la escasa especialización de los mismos, excepto en materia económica (la misma situación es extrapolable a los secretarios reales)(4). Existieron, a grandes rasgos, dos tipos de consejos: territoriales (como el de Castilla, Aragón, Indias, Flandes o Italia) y temáticos (de Estado, el más relevante, además del de Hacienda, el Santo Oficio, de Guerra, Órdenes Militares…).
Otro campo de estudio de gran utilidad para la modernidad son las fuentes documentales, esenciales para entender la visión que de los acontecimientos históricos se poseía en la época, de forma simultánea a cuando ocurrían. Los textos históricos son siempre una fuente de estudio e interpretación continua por parte de los historiadores especialistas en cualquier edad, por cuanto su abundancia y calidad (entendida como objetividad de los documentos) marcan el rumbo de la investigación histórica.
Un gran impulso del estudio de los textos se dio con la reciente historia conceptual. A grandes rasgos, podemos decir que el análisis conceptual se caracteriza por el tratamiento histórico de los conceptos. Nos encontramos, pues, ante un movimiento historiográfico surgido en distintas latitudes (de la filosofía pasa a la historia o la política) al abrigo de la rehabilitación del lenguaje y que fomenta la atención por los conceptos. Surgida tras el giro lingüístico (acuñado en los años 60 del pasado siglo, que destaca el papel del lenguaje a la hora de elaborar los discursos y, por tanto, en la manera de escribir la historia) hasta tal punto que existen propuestas a favor de la elaboración de un lexicón europeo en el que se recojan, desde una perspectiva histórico-comparada, los principales conceptos políticos y sociales de nuestro continente. Las palabras tienen vida propia y los conceptos dibujados por estas palabras son igualmente protagonistas y se mantienen en la historia, aunque con distinta significación(5).
Un último aspecto a tratar dentro de la estructura estatal de la Edad Moderna sería la propaganda y legitimación de la monarquía, llevada a cabo mediante múltiples mecanismos, dependiendo del momento y espacio histórico en el que nos hallemos. Es cierto que los monarcas siempre han tenido que llevar a cabo una serie de políticas con el objetivo de afirmar su preeminencia en la sociedad, tanto más cuando su poder se veía contestado, y, en este sentido, la historiografía ha tendido a narrarlo desde un punto de vista cercano a la autoridad. La “nueva” historia social, término de reciente acuñación (1989, Lynn Hunt), influenciada por historia conceptual y el postestructuralismo, ha tratado de posicionarse en la sociedad, viendo no solo cómo es el mensaje que se quiso transmitir sino cómo se recibió en la sociedad.

Comenzamos ahora un nuevo capítulo con la ciencia y la revolución científica desarrolladas en la Europa moderna durante los siglos XVI y XVII. Ésta última supone el proceso mediante el cual la ciencia va a sufrir un despegue sin precedentes, gracias a unas innovadoras bases técnicas y científicas. Es la época del heliocentrismo, de los estudios anatómicos, del nacimiento de la química moderna, del auge de los jardines botánicos y de los zoológicos, de los avances en la navegación y en la industria militar y en la ingeniería.
No podemos olvidar que el impulso científico propio de la modernidad hunde sus raíces en el Medievo, desde donde no se produce una ruptura sistemática, sino que existe una transición marcada por algunos autores cuya obra fue divulgada y conocida gracias a la difusión que permitió la imprenta:
· Rogerio Bacon (1220-1292): franciscano inglés que promulgó unos postulados científicos alejados de la influencia aristotélica, obra que trabajó y comentó profundamente. Consideró una ciencia fundamentada en la razón y en la experiencia, lo que le convirtió en un personaje adelantado a su tiempo y en preso hasta el momento de su muerte. En obras como Opus maius captó los errores del calendario juliano, señaló los puntos débiles del sistema tolemaico y describió ingenios mecánicos (barcos, coches, máquinas voladoras…)(6).
· Guillermo de Ockham (1280-1349): este franciscano inglés, a caballo entre la escolástica medieval y la modernidad, supo combinar teología y ciencia para abrir el camino del empirismo o capacidad de conocer a través de los sentimientos, un nuevo camino en el que ya no era válida la cosmovisión anterior del mundo.
· Jean Buridan (1300-1358): francés que creó una “teoría del ímpetus”, alejada de los principios aristotélicos (lo que le opuso a Ockham), para explicar la aceleración que sufrían los cuerpos en caída libre, concebida hasta entonces como la presencia de un cuerpo en distintos lugares. Ello se asemeja bastante a la teoría cinética o al concepto de inercia conocidos por nosotros en la actualidad(7). Se le ha llegado a considerar incluso el inspirador de Galileo.
Otro factor que sin duda contribuyó al desarrollo de las ciencias fueron los descubrimientos geográficos. Este tema será ampliamente desarrollado por nuestros compañeros del grupo “Descubrimientos”, pero basten ahora algunas pinceladas para introducirnos en materia(8).
Hay que tener en cuenta que los descubrimientos no solo fueron importantes en materia económica y social para los estados modernos, sino que además aportaron ampliaron las fronteras del mundo conocido. En definitiva, el hombre adquirió una visión más real del mundo en que vivía y, como consecuencia, la geografía sufrió un desarrollo sin precedentes: bajo la intención meramente científica, se hallaba una significación política, según la cual era preciso conocer bien los territorios a dominar para poderlos gobernar con mayor ejemplaridad y eficacia.
Un avance ingeniero esencial a tal fin fue el perfeccionamiento de las embarcaciones marítimas. Se considera que a finales de la Edad Media, Europa contaba con dos grandes escuelas de navegación: la mediterránea (que desarrolló la galera, embarcación de guerra adaptada al comercio, con casco fuerte e insuficiente para hacer grandes viajes portando alimentos y agua) y la nórdica (que fomentó el empleo de la coca, con mayor maniobrabilidad y capaz de portar más almacenaje). Ésta última, dados los buenos resultados que cosechó fue adaptada al Mediterráneo creando la carraca, que derivó, al reducir su tamaño, en la nao (como es el caso de la archiconocida Santa María, empleada por Colón en su primer viaje).
Otro avances aportado a la navegación fue la brújula, arribada al Mar Mediterráneo en el siglo XIII gracias a los árabes (que, a su vez, la tomaron de los chinos), que consiguió mejorar en gran medida el arte de la navegación. También se mejoró en la fabricación de las velas de los barcos, algo que a nosotros puede pasarnos desapercibido, pero que en aquellos momentos constituía un factor esencial para dar mayor o menor velocidad a los viajes. En este sentido se combinó la vela cuadrada con la latina o triangular (ambas confluyeron en la carraca, en la que también se amplió el número de mástiles). Por último, cabe destacar la elaboración de portulanos o cartas náuticas en las que se representaban los territorios conocidos (con bastante mayor precisión en torno al Mare Nostrum) y los puertos marítimos esenciales, combinándolos con los rumbos y rutas marítimas establecidas con orientación a la estrella polar. Al ser representaciones planas, los portulanos ocasionaron numerosos errores de cálculo, que intentaron ser subsanados mediante el empleo de brújulas o de astrolabios (tomando la altura del sol con este aparato que medía la distancia entre los astros).
Como ente pionero en la aventura atlántica, anteriores a la gran empresa castellana, podemos citar a Génova, república italiana que se aseguró pronto la ruta de comercio con las Islas Británicas y Flandes para recalar en África ya en el siglo XII (gracias a figuras como los hermanos Vivaldi o Lanceroto Mallocello). Éste último individuo prestó servicios al reino de Portugal, la otra potencia marítima de la Baja Edad Media, recibiendo un impulso importante con el reinado de Don Enrique el Navegante (1394-1460), fundador de la prolífica Escuela de Sardes.
No podían faltar en nuestro acercamiento a los factores que motivaron el desarrollo de las ciencias en la Edad Moderna las instituciones científicas. En primer lugar, encontramos las universidades como centro de formación esencial para los futuros intelectuales, sobre todo después de la corriente humanista del XIV-XV y el renacer cultural clásico que conllevó, que provocó la fundación de muchas de ellas (Palermo, 1498; Urbino, 1506; Alcalá de Henares, 1499; Santo Domingo, 1538). No obstante, podemos decir que la mayoría de las instituciones universitarias se centraron aún en conocimientos teológicos más que en la investigación científica, carencia que intentó ser suplida mediante los mecenazgos y la creación de academias (como la de Florencia, fundada por el Medici Cosme I en 1561). Además, en este sentido hay que tener en cuenta que las universidades poseían todavía una importante función política, puesto que los estudios de leyes eran los más demandados en tanto que servían para instruir a estudiantes que luego desempeñarían cargos importantes en la administración (de hecho, muchos individuos vieron en las universidades un relevante mecanismo de promoción social).
Algunas de las sociedades científicas más importantes, a nivel europeo, fueron la Academia Secretorum Naturae (Nápoles, 1560), la Academia dei Licei (Roma, 1603) o la Royal Society (Londres, 1662). Centrándonos brevemente en España, cabe destacar la tardía llegada del espíritu científico, que se retrasará algunos siglos (no sufrió avances hasta los novatores de finales de siglo XVII). No obstante, encontramos algunas excepciones remarcables, como la Regia Sociedad de Medicina y demás ciencias (Sevilla, 1700) o la Academia de Mathemáticas y Arquitectura Militar (Madrid, 1582). Ésta última fue creada por el rey Felipe II, al que le movió la necesidad de mejorar la formación de los ingenieros españoles, cuya formación matemática contaba con increíbles lagunas dentro de nuestras fronteras (las enseñanzas, por ello, debían ser importadas de Italia o Flandes). Su primer establecimiento fue el antiguo alcázar de la capital y a su frente se situó el ingeniero militar Tiburcio Spannocchi y el arquitecto Juan de Herrera, con los que comenzó una formación para militares y civiles basada en la Matemática, la Fortificación, la Arquitectura, la Cosmografía y el “arte de marear” (Navegación)(9). A las academias le acompañó la presencia de numerosos gabinetes, más comunes a partir del siglo XVIII, propios de la teoría ilustrada aplicada a la política.
Del mismo siglo data la generalización de la prensa, en cuyos momentos iniciales combinaban los principales acontecimientos políticos acaecidos en el país junto con los principales avances en la investigación científica. De esta manera, a la vez que se conseguía crear una opinión pública, se comenzaban a divulgar los resultados alcanzados por la investigación científica.
Por último, no podemos desdeñar el pensamiento filosófico innovador de los siglos XVI y XVII como clave para el fomento del ámbito científico, bajo los signos del racionalismo humanista y del empirismo, que busca la verdad en la experiencia. Algunos de los pensadores más influyentes en este campo fueron:
· Tommaso Campanella (1568-1639), que fue el primero en formular la duda metódica como forma del conocimiento.
· Francis Bacon (1561-1629), estadista y filósofo inglés considerado el padre de la filosofía moderna en su tendencia empírica y del método científico, basado en la investigación de la naturaleza, que, una vez dominada, estarña en la base de la mejora de las condiciones de vida del ser humano. En su obra Novum Organum (1620), expone las bases de esta nueva concepción científica alejada del aristotelismo, que podrían extractarse en la siguiente frase: "El hombre, por su caída, perdió su estado de inocencia y su imperio sobre la creación, pero una y otra pérdida puede, en parte, repararse en esta vida, la primera por la religión y la fe, la segunda por las artes y las ciencias"(10).
· René Descartes (1596-1650): es el máximo exponente del racionalismo filosófico, considerando la razón, por encima de la fe, como única vía posible para el conocimiento definitivo y cierto de las cosas (cogito ergo sum). Empleando la duda metódica y un innovador método científico, Descartes va a considerar la matemática como la ciencia más pura y exacta, a la que va a influenciar profundamente con aportaciones como el sistema cartesiano de coordenadas.

NOTAS
1 OESTREICH, Gerhard: “The structure of the absolutist state” en Neoestocism and the Early modern State; Cambridge University Press, 1982; págs. 258-273
2 TENENTI, Alberto: La formación del mundo moderno, Crítica, Barcelona, 1985; págs. 137-138
3 Ibídem, págs. 129-130
4 Ibídem, pág. 128
5 VILANOU, Conrad: “Historia conceptual e historia intelectual” en Ars Brevis 2006, Ed. Ramón Llull Blanquerna
6 http://biografiasyvidas.com
7 http://historiadelaciencia.idoneos.com
8 Información tomada de LUCENA SALMORAL, Manuel: Manual de Historia Universal. Volumen 10: Historia de América, Historia 16, 1992; págs. 153-157
9 http://www.ingenierosdelrey.com
10 http://www.monografias.com

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