miércoles, 9 de diciembre de 2009

Memoria del grupo del día 4 de Diciembre de 2009


Esta semana la observadora ha sido Alba por lo que ella no ha aportado información para el blog.
José Manuel ha leído un articulo escrito en 2007 por el profesor de la Universidad del Estado de Pennsylvania Ronald Po-Chia Hsia titulado Disciplina social y catolicismo en la Europa de los siglos XVI y XVII, que continúa con el debate surgido en torno al proceso de disciplina social y confesionalización: cuándo surgen estos términos por primera vez, en qué convergen o se diferencian y cuál es su contexto de aplicación.
El concepto de disciplina social fue introducido a finales de los años 60 del siglo XX, como ya vimos, por el historiador alemán Gerhard Oestreich, quien, ciñéndose a la política, consideró que el absolutismo centralista consiguió imponerse a los estamentos y dominar la vida pública y privada, hechos que no constan en el Medievo, por el disciplinamiento de la sociedad, que es su verdadero éxito (los cambios sociales, morales, psicológicos, etc., que se consiguieron imprimir en el pueblo sobreviven a los político-administrativos). Considera, además, un origen muy concreto de la disciplina social: las guerras de religión francesas del XVI, en las que las luchas políticas y religiosas caminaron juntas hasta que un sector del poder recurrió al antiguo estoicismo romano (dominio sobre lo sensible) para “desteologizar”, en palabras del propio autor, los conflictos: la política (el absolutismo) triunfa sobre la teología y la disciplina social acaba interiorizándose. No obstante, observa Po-Chia Hsia, estos conceptos no eran nuevos para los estudiosos de la época, en tanto que el sociólogo Max Weber, en su obra póstuma Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva (1922), ya habló de “dominación” y “disciplina” como probabilidades de mandato: el poder, concepto sociológicamente abstracto, debe ser precisado con una legitimación y reforzamiento por parte de la disciplina social, por lo que ambos autores (Weber y Oestreich) convergen en considerar un cierto consenso o acuerdo entre dominadores y dominados. Pero el sociólogo aplica la disciplina y la sociología a la religión, estudiándola desde el punto de vista de las congregaciones ascéticas católicas (desde los benedictinos a los jesuitas) y de los calvinistas y sectas protestantes (con una autodisciplina voluntaria interior remarcable). Estableciendo similitudes entre jesuitas católicos y calvinistas reformadores, considerados como abanderados de la racionalidad moderna y de un profundo ascetismo interiorizado al margen de la doctrina externa, se crea un fundamento teórico necesario para llegar a observar estructuras similares en los diversos bloques confesionales que se desarrollaron paralelamente en el siglo XVI (católico, luterano y calvinista). Se llega así al concepto de confesionalización, acuñado por la historiografía alemana desde un punto de vista protestante, inaugurado y estudiado por Ernst W. Zeeden, contemporáneo de Oestreich. Sus seguidores fueron Wolfgang Reinhard (estudioso de la Europa católica, que considera la modernidad de la Contrarreforma) y Heinz Schilling (centrado en la modernidad que supone la disciplina y el ascetismo calvinistas, en la línea de Weber), los cuales se separan de Oestreich al no creer que el estado absolutista “desteologizado” impuso una disciplina social, sino que fueron la disciplina social y la confesionalidad las que contribuyeron a la formación de la nueva sociedad y del estado moderno.
Frente al modelo vertical propuesto por Oestreich (Estado disciplinador-población disciplinada), se ha propuesto un modelo de disciplina horizontal, que considera que el proceso de adaptación a unas normas regidoras del comportamiento se dio entre los miembros de las diversas comunidades religiosas o laicas. La aportación más relevante de este modelo es que traslada el origen de la disciplina social a la época bajomedieval (s. XV), siendo su aplicación anterior, por tanto, a la aparición de las reformas y al desarrollo de la confesionalización. En este nuevo contexto, el origen de la disciplina habría que buscarlo, en el mundo católico, en la vida diaria monástica, desde donde se extrapoló a la sociedad en general (según Dilwyn Knox), o en la vida de la población laica del Sacro Imperio Germánico, donde se desarrollaron ingentes cantidades de ordenanzas de policía a través de una idea consensuada del bien común (como bien ha estudiado Gérald Chaix para el caso de Colonia). El mismo modelo se advierte en las ciudades del mundo luterano, resaltando el papel de los gremios (Frankfurt, estudiado por Anja Johann) y del consenso entre el consejo de la ciudad y los ciudadanos (Espira, estudiado por Hubert Neumann) en el proceso disciplinador. Una enorme diversidad de otros agentes disciplinadores ha sido aportada por Heinrich R. Schmidt (vigilancia comunal del pueblo), Christa Müller (el Estado de la Contrarreforma) o Harm Klueting (religiosos cristianizadores).
Y de esta manera, aunque ya se ha podido deducir con anterioridad, Po-Chia Hsia alcanza su tesis: sin disciplina social no hay confesionalización. Para ello, se basa en tres características significativas, siendo una de ellas el aspecto cronológico antes resaltado (hay indicios de disciplina social en el siglo XV previos al desarrollo de los grandes bloques confesionales). Por otro lado, destaca las similitudes entre el proceso confesional de los bloques protestante y católico en relación con el poder de la autoridad central en detrimento de los estamentos, en la línea de Oestreich. Albrecht Luttenberger estableció un modelo base para el establecimiento del catolicismo en Centroeuropa, concretamente en regiones como Austria o Baviera: oficiales protestantes fueron sustituidos por católicos, llegada de jesuitas para el adoctrinamiento del clero, represión de la oposición estamental (muy difícil en aquellos lugares donde ésta estaba muy afianzada) y de las revueltas populares con las armas y el exilio forzado de los disidentes. En tercer lugar, el autor no olvida las diferencias entre ambos bloques confesionales, puesto que si bien los pastores protestantes estaban subordinados a los regímenes dominantes, en el caso católico el asunto adquiría otro calado al haber conflictos de jurisdicción entre las obediencias al sumo pontífice (que los protestantes rechazaron, y supuestamente realzada en la reforma tridentina) y a los monarcas católicos absolutos. En este sentido, se comparan los reinados de Felipe II y Luis XIV, representantes de una autoridad real inflexible en cuestiones de disciplinamiento (a través de mecanismos como la Inquisición o la crueldad de las armas contra los hugonotes calvinistas, respectivamente) y que alternaron la permisividad con la intolerancia hacia los asuntos religiosos de Roma. El caso quizá más paradigmático sea el de los Estados Pontificios, en los que la autoridad civil y religiosa convergían en el príncipe papal (“dos almas en un solo cuerpo”, como bien trató el italiano Paolo Prodi en su obra).
Como conclusión, el autor constata que el éxito de la Reforma católica (no habla de Contrarreforma) tras el Concilio de Trento habría sido impensable y habría contado con bastantes más obstáculos sin la existencia de una arraigada tradición de disciplina social entre la población laica y las propias congregaciones religiosas católicas (disciplina voluntaria). Si la centralización fue mayor en los países católicos, lo cierto es que los estados absolutistas y las comunidades religiosas mencionadas antes no fueron siempre de la mano, dadas las mayores aspiraciones de disciplinamiento con que contaba el Estado. Por último, considera que la disciplina social y la confesionalización convergen en los siglos XVI-XVII para divergir en el siglo XVIII, cuando el avance del Estado fue imparable.
Martín esta semana sigue investigando sobre el Concilio de Trento en diversos manuales y ya ha comenzado a redactar su parte del trabajo.
Sara esta semana sigue consultando diversos documentos sobre las consecuencias sociales del Concilio de Trento.
Francisco que es esta semana el observador ha investigado sobre los intentos de reforma dentro de la Iglesia Católica antes de que comenzara el movimiento luterano, ha obtenido la información del libro de J. Carlos Vizuete Mendoza La Iglesia en la Edad Moderna. La información obtenida es sobre las capitulaciones electorales y sobre algunos de los papas previos al movimiento luterano.
1.Las capitulaciones electorales
Todos señalaban que la reforma para que fuese efectiva debía comenzar por la cabeza del Iglesia, es decir, por el papa y la curia romana. En cada uno de los cónclaves que van desde el Concilio de Basilea hasta el V Concilio de Letrán los cardenales quisieron obligarse a iniciar la reforma por medio de capitulaciones electorales, pero esto fracaso y se constata repasando los pontificados de los papas que salen de cada uno de ellos.
Al concluir el Cisma y la época de los concilios, el colegio cardenalicio se encontraba muy desprestigiado. Y este desprestigio aumento con la vuelta a su forma de vida tradicional una vez que Martín V regreso a Roma. Pero en este mismo tiempo se comienzan a realizar las capitulaciones electorales en las que aparecen en primer lugar tres compromisos de carácter general que se debían jurar: encabezar una cruzada contra el turco, reforma de la curia y reunión de un concilio general para la reforma de la Iglesia en un plazo de tres años. Así, en el cónclave de 1464, se comprometieron a mantener la curia pontificia en Roma y a no nombrar cardenales a ruego de los príncipes extranjeros. Este último punto se encontraba recogido en los “concordatos” que fueron firmados por Martín V con las naciones en el Concilio de Constanza que aquí rechazaban para inmediatamente acogerse a su autoridad en aquello que les beneficia: ha de mantenerse el número de veinticuatro cardenales como miembros del colegio cardenalicio y deben observase los otros asuntos acordados en el Concilio de Constanza. Es estos aspectos se muestra más un beneficio de los propios cardenales que un ansía de reforma, porque consiguiendo que se estableciera un número de los miembros del colegio cardenalicio y que se contara con ellos a la hora de elegir a los nuevos cardenales siempre deberían ser mayores de treinta años y sólo uno de la familia del papa. Esto tiene que ver con la asignación de dinero y rentas que les asigno Nicolás IV lo que les permitirá seguir teniendo un gran tren de vida,cuanto menos fuesen más rentas les tocaría por esto es por lo que querían establecer que sólo fuesen veinticuatro los miembros del Colegio Cardenalicio. Pero debido a que había cardenales más ricos y más pobres el papa debía “socorrer” con el pago de 100 florines mensuales a los cardenales que no alcanzasen un determinado presupuesto. Además se acordaron otras medidas para limitar aun más el poder del papa como la de que las más importantes fortalezas de los Estados Pontificios no estuvieran bajo el mando de familiares del papa. Además todos estos acuerdos se obligaba a que los cumpliera el papa.
2.Los papas: “reformadores” y “tradionales” (Desde Nicolás V a Julio II):
He querido hacer alguna mención a algunos de los papas que antes de la reforma luterana se estaban dando cuenta de la necesidad de una reforma pero dentro del seno de la Iglesia católica. He querido clasificar como “reformadores” a los que intentaron realizar estas reformas o al menos se dieron cuenta de que se necesitaban reformas pero nunca las llevaron a cabo, y como “tradicionales” a un segundo grupo que se dedicó más a los asuntos mundanos: guerras, reorganización del territorio,... que a los verdaderos asuntos pastorales, es decir, se comportaron como simples jefes de Estado en vez de como Vicarios de Cristo en la Tierra. Mi redacción comienza a la muerte del papa Eugenio IV que murió en febrero de 1447, se eligió a un nuevo papa al cardenal Tomás Parentucelli que tomó el nombre de Nicolás V era una gran humanista y amante de la paz. En 1449 publicó una bula que señalaba el día de Navidad para la apertura del gran Jubileo del 1450 que en su mente era una gran invitación a la reforma, la penitencia, la conversión y la renovación espiritual de toda la cristiandad. Pero más que una gran reforma lo que produjo ese Jubileo fue una riqueza para el papa que fue invertida en la biblioteca y obras arquitectónicas. Tras su muerte fue sucedido por Alfonso de Borja que tomo el nombre de Calixto III y se dedicó a promover una cruzada para recuperar Constantinopla pero no consiguió su objetivo. Le sucedió Pío II que estuvo durante poco tiempo y no consiguió lo que se había propuesto su antecesor. Tenía un gran espíritu reformador siguiendo los consejos del Cardenal Nicolás de Cusa y del obispo Domenico dei Comenichi: la curia debería acabar con el nepotismo pontificio y reducir el personal de la Penitenciaría, y obligar a todos, cardenales y curiales a llevar una vida verdaderamente eclesiástica, en toda la Iglesia se debería castigar duramente la simonía, prohibir la acumulación de beneficios, obligar a que los obispos residieran dentro de sus propias diócesis y los que tienen cura de almas deberían extirpar el concubinato de de los clérigos, el trafico de indulgencias y las falsas reliquias, las supersticiones la usura y el adulterio, a si que podría ver restaurada la vida de la Iglesia primitiva, la bula que ponía en vigencia estas reformas, Pastor aeternus, quedó sólo en un proyecto.
En el cónclave en el que se eligió al sucesor de Pío II los cardenales firmaron una capitulación comprometiéndose a convocar un concilio general antes de tres años, a reformar la Iglesia, a limitar el nepotismo y a promover la cruzada. En ese cónclave se eligió a Pedro Barbo que eligió en nombre de Pablo II. Se negó a reconcocer las capitulaciones que había jurado. Tras su muerte repentinamente en julio de 1471, hay quien dice que este pontificado cierra la etapa en la que los papas estaban movidos de verdaderos deseos de reforma, aunque fueron incapaces de ponerla en marcha. Y por el contrario todos los defectos del papado y de la curia que era necesario extirpar fueron multiplicados por sus sucesores. Un ejemplo de esto fue Sixto IV el sucesor de Pablo II quién cuando fue elegido papa favoreció descaradamente a su familia olvidando los problemas de la Iglesia y se vio involucrado en luchas por lo territorios italianos. Tras su muerte se desató una gran lucha por el poder, tras el cónclave fue elegido Inocencio VIII que actuó como su antecesor poniendo a sus familiares en un lugar ventajoso. Cuando murió, en julio de 1492, fue elegido nuevo papa Rodrigo de Borja que era sobrino de Calixto III y que tomo el nombre de Alejandro VI. Aunque tenía varios hijos bastardos y actuó aventajando a su familia tenía un gran prestigio internacional, una prueba de ello fue que actuó como arbitro en las disputas entre Castilla y Portugal. Tras su muerte le sucedió Pio III su pontificado duró 26 días, le sucedió un sobrino de Sixto IV que tomó el nombre de Julio II, se dedicó a afianzar la posición del papa dentro de los Estados Pontificios, creo la guardia suiza que es un cuerpo militar de doscientos militares suizos que forman la guardia del palacio papal. Durante su reinado realizó una gran tarea de mecenazgo para lo que necesito grandes sumas de dinero y para lo que no dudó en recurrir a la venta de cargos públicos, a la predicación de indulgencias condicionadas por una limosna y al trafico de beneficios. Convocó, el 10 de mayo de 1512, un concilio general en la basilica de San Juan de Letrán (el V Concilio de Letrán) fue convocado más por la necesidad del pontifice, como respuesta a una maniobra política y para hacer frente a la amenaza del retorno del conciliarismo que representa el concilio reunido en Pisa desde octubre del 1511 que contaba con el apoyo del rey Luis XII de Francia y el emperador Maximiliano (este concilio pisano tuvo un desarrollo accidentado y tras varias vicisitudes se disolvió accidentadamente). Por lo que poco después del inicio del Concilio de Letrán, Julio II ya había alcanzado su objetivo. Pero la convocatoria al concilio había animado sobre todo en España y en Italia a la preparación de programas de reforma. Pero el concilio se vio interrumpido por la muerte de Julio II.

1 comentario:

  1. Muy buena memoria, si bien es desigual en relación a lo aportado por Sara y Martín.
    Atentamente,

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