miércoles, 2 de diciembre de 2009

Resumen Semanal

La información que los distintos miembros del grupo hemos recabado en esta semana es la siguiente:

Jose Manuel, ha ahondado en el debate introducido por García Cárcel, reflejado en la memoria de la semana pasada, ha recurrido esta semana a la visión aportada desde el catolicismo por Bernardino Llorca Vives y Ricardo García Villoslada en el volumen III de la Historia de la Iglesia católica, en el que, en el aspecto que nos concierne a nuestro grupo, se considera que la reforma católica impulsada tras Trento no fue una respuesta (y, por tanto, tampoco fue posterior) a la pretendida reforma luterana.
En este sentido, se observa que un estudio en profundidad del siglo XV no permite hablar de una reforma eclesiástica completa, pero sí de una “pre-reforma” católica dentro de un siglo denominado “la edad de las reformas”. Se atisba, pues, en esta centuria un deseo de renovación y de purificación con carácter universal llevado casi a la obsesión (es expresiva y significativa la frase con que el autor se refiere a estos hechos, como la “arrítmica palpitación de un cuerpo enfermo, pero que demuestra vida honda y deseos de salud”). Alejándose de algunos autores del siglo XIV (Villanova, Clareno… que al mostrar una Iglesia corrompida y carnal solo agravaban el problema sin atacar a la raíz), se destaca la labor reformadora del Concilio de Vienne (1311), continuada en Constanza (1414) o Letrán (1512), entre otros, así como los programas reformadores redactados espontáneamente o por encargo en el XV y hasta la celebración de Trento en el XVI. Muchas reformas eran clamadas desde distintos puntos de vista, pero los concilios universales fueron apoyados con mayor unanimidad, aunque es cierto que sus actas, así como la falta de voluntad y no de diligencia de los pontífices (temerosos de provocar cismas o ataques a la Santa Sede), no fueron suficientes para dar cabida a lo que la cristiandad necesitaba y pedía.
Pero, como se pregunta Villoslada, ¿qué es lo que había que reformar? Por un lado, se consideran las costumbres del pueblo cristiano como reprobables, dentro de un contexto caótico tras la guerra de los Cien Años, las luchas religiosas, las banderías locales, la peste, etc., pero, dice el autor, como lo han sido y lo serán siempre (en tanto que la relajación espiritual se absuelve con los correspondientes sacramentos). El abandono de las funciones de parte del clero (prácticamente descritos como analfabetos y carentes de vocación) y decadencia de los estudios teológicos (especialmente los de París) se combinan con cantidad de ejemplos de perfección y vitalidad religiosa, que seguía aferrada al pueblo.
Más encaminados iban los que clamaban reformas entre los sacerdotes y los obispos, algunos ocupados de asuntos políticos y mundanos, pero otros tantos alejados de sus funciones precisamente por un exceso de las mismas (acumulación de cargos en algunos obispos). Pero sin duda, las mayores protestas se ejercieron contra los excesos de la curia romana, tanto en escándalos como en fiscalidad (hablamos ahora de la reformatio in capite, en la cabeza de la Iglesia). La curia había conseguido convertir a lo largo de los siglos las cosas sagradas en negocios temporales, pues todo era óbice para ser afectado de impuestos o subsidios, entendidos y generalizados ante el deseo de salvación tan arraigado en la población bajomedieval y moderna. El autor dota a este hecho de tanta importancia (no lo justifica pero sí exalta la dificultad de su supresión) como para creer que la reforma luterana no habría tenido lugar de no haber sido por la corrupción curial, teniendo en cuenta que las 95 tesis de Lutero reaccionaban precisamente contra las indulgencias. Tal fue el deseo de cambiar la actividad de la curia que algunos promulgaron una reformatio in capite et in membris: ante la incapacidad de la alta jerarquía por renovarse, predicadores como Vicente Ferrer decidieron expandir el dogma adaptado a las conciencias de los más desfavorecidos (que aclamaron su labor), para al menos conseguir un cierto conato de reforma en el disciplinamiento existente, consiguiendo la movilización de verdaderas masas de población.
Por último, ante el debate terminológico e historiográfico ya conocido por nosotros (reforma protestante o católica, prerreforma, contrarreforma…). Villoslada deja clara su opinión. Niega que la conocida como “reforma protestante” (designada como tal por sus protagonistas y generalizada posteriormente incluso dentro de los autores cristianos) tenga naturaleza de “reforma”, en tanto que lo hecho por Lutero (y, por extensión, por los príncipes protestantes del Imperio Germánico), Calvino o Enrique VIII, de dudosa trayectoria privada, fue una mera rebelión contra la Iglesia católica que innovó pero no reformó ni el dogma ni las costumbres ( “los promotores del cambio se quejaron con insistencia de la relajación y división que reinaban en todas partes”). La realidad de los hechos responde más a una “falsa reforma” o “seudorreforma” protestante, en contraposición a la “verdadera reforma”, “renovación” o “reforma católica”. En lo concerniente a la “contrarreforma católica” ya se han dado pistas en esta exposición: si se elimina el término de “reforma protestante” no es lógico emplear la palabra “contrarreforma” como una reacción a una reforma que no existió. La renovación católica se ha falseado cronológicamente (es, por tanto, anterior al protestantismo) y el impulso innovador sin precedentes dado en Trento, es decir, la contrarreforma, no responde solo a una reacción al luteranismo o al calvinismo, sino a un sentimiento de renovación espiritual de vuelta a Cristo mucho más profundo.

Por su parte, volviendo al libro de Heinrich Lutz Reforma y Contrarreforma para detenernos en el capítulo 10 del bloque “Problemas básicos y tendencias en la investigación” referente al papado, la Reforma católica y la Contrarreforma. La visión de este autor dista bastante por su ideología con la de los anteriores, en tanto que considera que el término acuñado por Pütter de “contrarreformas” fue acogido en el seno católico como una ofensa y reproche. Dentro del debate contemporáneo que considera a la Contrarreforma y al papel del catolicismo y del protestantismo como causantes de la modernización (en otras palabras, del nacimiento del “mundo moderno”), Cochrane advierte que el progreso entre la escolástica medieval y la Ilustración solo lo permitió la ruptura luterana, en tanto que el catolicismo tridentino encarna la hostilidad a la libre expresión en todas las artes, las ciencias e incluso la teología. Más impulso modernizador introduciría la Contrarreforma, en palabras de Bossy, en el ámbito familiar y de las mentalidades.
Opuesta a la negatividad con que se bautizó y se sigue bautizando a la Contrarreforma es la mayor parte de la historiografía italiana seguidora de la obra de mediados del siglo XX de Jedin, que prefirió diferenciar entre “Reforma católica” (o renovación interna de la Iglesia desde el siglo XV, como también apunta Villoslada) y la propia “Contrarreforma” (o la aparición de nuevos métodos para recuperar lo perdido). Esta dualidad conceptual ha sido discutida por otros autores, como Cantimori, Ginzburg o el propio Lutz, desarrollando temas como la reforma, la herejía o la Inquisición, considerándose que algunos procesos culturales y religiosos de los siglos XVI y XVII no pueden explicarse solo desde estos conceptos de Jedin, aunque, a pesar de todas las contribuciones, no se ha podido mejorar en el asunto.
Schilling, dentro del debate de la modernización, no considera tan importante la innovación de las distintas religiones europeas en tanto que destaca con mayor sentido su influencia en la sociedad y en la política modernas. Y en este contexto puede introducirse la aportación de Reinhard que, en un intento por alejarse de la dicotomía Reforma-Contrarreforma, llamó la atención sobre la creación de un proceso paralelo, la Konfessionalisierung o “confesionalización” del Estado moderno. Cree que del desarrollo institucional y sociocultural alcanzado por los grupos confesionales (calvinismo, luteranismo, catolicismo) se servirá el Estado moderno para imponer una nueva política general apuntalada sobre un consenso religioso, eclesiástico y cultural, muy en la línea de la categoría del disciplinamiento social desarrollado la semana pasada.


Francisco, por su parte, ha indagado en la figura de Juan Luis Vives (El reformador de la beneficencia):

· Breve reseña sobre su vida:
Juan Luis Vives nació en Valencia en 1492 pero residió la mayor parte de su vida en los Países Bajos en la ciudad de Brujas por miedo porque su familia era de origen judeo-converso, destacan sus intenciones de reforma de la sociedad y la reinstaruración de los valores clásicos, mantuvo relaciones con algunos de los humanistas más importantes de su época como Erasmo o Santo Tomás Moro.
· Su obra en el contexto histórico:
En este tiempo en el que las desigualdades eran muy patentes y la asistencia tanto alimenticia como médica de las personas más desfavorecidas era nula por parte del Estado era necesario que alguien se hiciera cargo de ello. En la mayoría de los casos era la Iglesia por medio de cofradías, órdenes religiosas, ...la que se hacía cargo de estas personas, que vivían mendigando y algunas con graves enfermedades. Se daban casos en los que la mendicidad se ejercía de forma voluntaria para así no trabajar, no pagar impuestos, no ir a la guerra, etc. Por esto también cada vez más en esta época (S. XV-XVI) las ciudades mercantiles, debido a que los estados monárquicos modernos todavía tienen poco poder sobre la sociedad, asumen múltiples funciones y abren nuevos caminos para la reforma de la beneficencia, como primer testimonio sobre este tema contamos con Erasmo. En este contexto J.L, Vives escribe De Subventione pauperum en el que aborda el tema de la extinción del pauperismo, en el que pone en entre dicho la estructura económica de la sociedad al mismo tiempo que la moral imperante. Dedica toda la primera parte al deber de ayuda mutua y de beneficencia de los cristianos, ademas en el queda de manifiesto el horror moral que experimenta Vives ante la mendicidad profesional, además manifiesta también su angustia ante un grave peligro para la salud pública, se pregunta si es digno que todos los días de fiesta tenga que acceder a la iglesia sorteando dos filas de mendigos llenos de enfermedades y que por ahí tengan que pasar niños, doncellas y mujeres en cinta. Expone una operación de limpieza para purificar la ciudad que se puede resumir de la siguiente manera: los indigentes que tienen casa deben inscribirse en el registro de la parroquia de su domicilio y exponer sus necesidades, los que no tienen casa deben compadecer ante un tribunal que debe ser al aire libre y asesorado por un médico para determinar los que están sanos y los que están enfermos y la solución será ponerlos a trabajar, los que hallan caído en la indigencia por el vicio deben desempeñar los oficios más duros y algunos de los enfermos como los ciegos también pueden realizar algunos oficios, así muchos artesanos acogerán a los más desfavorecidos para que empiecen a trabajar en sus talleres primero en pequeños trabajos pero luego si son hábiles podrán ascender en la escala. Los mendigos que no sean originales de la población deben ser devueltos a sus lugares de origen aunque se deben hacer algunas excepciones como los exiliados y refugiados por la guerra. Pero aunque parezca Vives no quiere realizar algo agresivo o rotundo pues al mismo tiempo que expone una supresión radical de la mendicidad también expone una reforma no menos severa de los hospitales o asilos de pobres, pero estos hospitales deben albergar a los pobres enfermos pero los mendigos no deben salir de ellos a no ser que salgan para trabajar, no saldrán para mendigar y si lo desean pueden quedarse sirviendo a sus compañeros. Además establece que los bienes de los hospitales deben ser controlados y administrados por los ayuntamientos y no por la Iglesia este punto será fuente de muchas críticas . Mas tarde escribirá De communine rerum apud Germanos inferiores, en el hace un ataque contra el comunismo proclamado por los anabaptistas, pero establece la responsabilidad de los ricos sobre los pobres y denuncia el problema de conflictos sociales que hay al haber tantas desigualdades sociales.
Él mismo anunció que su reforma tendría enemigos, entre ellos diferenció dos clases: de una parte los pobres que prefieren estar ociosos y vivir de la mendicidad en vez de tener una vida de trabajo y honradez y por otro lado el otro tipo de enemigos serán según él los administradores parásitos de instituciones piadosas. Uno de los más escandalizados con estas reformas va ser fray Lorenzo de Villacencio.


Sara, ha seguido investigando sobre los temas de las anteriores semanas:
La gravedad de la crisis en que se hallaba aún sumida la Iglesia al acabarse el concilio de Trento puede reconocerse dando una ojeada al mapa religioso de la Europa de entonces.
Sólo católicos están los pueblos de las penínsulas de los Apeninos y de los Pirineos. En el occidente de Europa el calvinismo amenazaba desprender a Francia de Roma, como lo había logrado en Escocia.
En Roma no se querían dar cuenta de que por la renovación del cisma Inglaterra había entrado definitivamente en las potencias protestantes. Perdido estaba el norte escandinavo y en Polonia vacilaban la realeza y el catolicismo, la paz religiosa de Augsburgo no freno el avance protestante: en el norte de Alemania se había perdido los últimos puntos de apoyo a la antigua Iglesia; en el sur y el oeste se afirmaban trabajosamente en los territorios eclesiásticos, corrían peligro Austria, Bohemia y Hungría.
Que la Iglesia superará la crisis y al fin del siglo se encontrara renovada y fortalecida se debió a la ejecución del concilio de Trento.
Durante el siglo XVI el principal cliente de los artistas es la Iglesia, la cual planteó el uso de la imagen como un elemento esencial para las defensa de las ideas religiosas. Aunque, con anterioridad había venido desarrollando esta función, los conflictos surgidos por la aparición del Protestantismo y las guerras contra el turco, habían radicalizado la posición de la Iglesia. La imagen religiosa se convirtió, aunque no sin una densa polémica en un instrumento de militancia. En este sentido, los erasmistas criticaban aceradamente el uso y sobre todo el abuso de imágenes. La imagen se convierte en una doctrina con fundamentos teológicos, que desembocara en el Concilio de Trento. A raíz del Concilio de Trento se producirá una codificación de los temas para adecuarlos a la ortodoxia.

Yo, Alba, he seguido con la investigación comenzada la semana anterior de San Ignacio de Loyola.

El Señor le da compañeros:
Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.
Bendición del Papa; aparición del Señor:
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que, si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de "jesuita". Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de "La Storta", el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: "Ego vobis Romae propitius ero" (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.
La Compañía de Jesús:
Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, "para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado". No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos una hora diaria.
La primera de las obras de caridad consistiría en "enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios". La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: "Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el gozo de evitar un solo pecado". Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur.
Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo
El Papa Paulo III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosa- mente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor. En 1550,
San Francisco de Borja regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.
En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. "La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas" (cardenal Manning). A este propósito citaremos las, instrucciones que San Ignacio dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: "Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores". El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.
Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los Los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.



Martín, no ha realizado tarea de investigación esta semana por haber ocupado el puesto de observador.

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